Por: Jorge Richter Ramírez*
Volvían a su patria, varios
perdieron sus frágiles trabajos en Chile a causa de la pandemia. Eran gente en
situación de urgencia, necesitados de apoyo en su retorno. No se les permitió
el ingreso y fueron enviados a un campamento habilitado con carpas para cumplir
la cuarentena. Les otorgaron así una condición, caritativa y de favor, de
recibirlos en su propio país. Fueron un estorbo que había que mantener,
indisimuladamente, en la marginalidad urbana. Nadie los fue a recibir. En el
mismo tiempo, pero ya en la ciudad, el empresariado privado reunió Bs 22
millones, diseñó un descomunal cheque de metro y medio, y empezó el festín
comunicacional y propagandístico que relieve el compromiso social de este grupo
económico. Allí sí la Presidenta estuvo con ellos, llegó hasta con unos minutos
de anticipación.
Días atrás, el papa Francisco pronunció unas palabras que pocos medios
reprodujeron: “Defender a los pobres no te convierte en comunista, en la
defensa de los pobres está la esencia del Evangelio”. Bolivia vive un momento
en el que amparar a los pobres, a los necesitados y urgidos en la desgracia te
convierte, inmediatamente, en actor político, en un masista irredento,
sedicioso y subversivo; alguien que en el desprecio que alguna sociedad le
construye no es digno ni del pan de cada día. Expresión de la polarización
forzada, con ellos o a mi lado. Sin espacio a terceras posiciones.
¿Dónde principia conducta tan infame de quienes observan a sus semejantes
con desprecio y desagrado? Nuestros pobres caminan entre nosotros, pero a la
sola intención de pedir por la posibilidad de comer con algo de dignidad son
querellados. En algo que ya se torna habitual, escuchan desde el poder y
sectores de la clase bien, voces que los asocian con lo salvaje, lo
delincuencial, es en ellos que quieren encontrar la síntesis de todos los
vicios que perturban la sociedad. No obstante, son excusa permanente para lo
político, lo electoral, la retórica y los gastos de planes sociales que pocas
veces concluyen en destino.
La nueva peste moderna nos acorrala, y la responsabilidad acá también es
de ellos; su incivilizada desobediencia —dicen— es la que nos expone. Los
sectores humildes salen en portadas de medios de comunicación, los
estigmatizan, inculpan. “Tenemos gente que no entiende”, se escucha decir desde
el poder. Vemos pobres con dificultad, a quienes la asfixia económica les
imposibilita vivir merecidamente. Sectores que día tras día pierden algo más de
su menguada dignidad, que se enfrentan a la pandemia con un miedo silencioso,
obligados a elegir entre alimentarse y el riesgo de terminar en una cárcel por
quebrar la disposición gubernamental. A momentos piden, expresan su dolor,
gritan su necesidad, pero no los ven, son imperceptibles al poder y a la
sociedad “bien”.
Esta realidad escondida es demasiado grande. Son miles, contenidos en la
periferia, esas zonas de rebeldes cuando su docilidad habitual desobedece. El
poder de hoy está deshumanizado, se ha convertido en una fuerza miserable que
vive ansiosa de preservar su realidad opuesta, de comodidad, de sentir
complacencia ahora que el distinto fue expulsado, como en la obra de Byung Chul
Han. Están mirando al otro/pobre como lo degradado. Quien está degradado no
comparte la misma condición y trastorna —entienden— la sociedad.
La visión despreciativa de la otredad social no termina en orillarlos a la
periferia; prueba invisibilizarlos, reducirlos, ocultarlos hasta que sientan
que sus mismos sueños son absurdos. Fernando Pessoa alguna vez escribió:
“Grandes ambiciones y sueños amplios tienen todos, pero lo que no todos tienen
es la fuerza para realizarlos o un destino que se avenga a dar su apoyo”. A los
pobres en Bolivia, si soñaron alguna vez, les acaban de comunicar que soñar
también se ha prohibido en estos tiempos de cuarentena.
Lo que es un derecho no puede tornarse en concesión, la dignidad trizada
de quien urgido por la desesperación clama el favor de su patria se relaciona
hoy deliberadamente con politización. Entonces sí pueden instalarte en
campamentos en los que ellos, los que deciden, no se guarecerían siquiera de
una leve llovizna.
En la dimensión política de la crisis sanitaria que aflige a los
bolivianos resuena una prédica de Jesús: ¿De qué le sirve al hombre ganar el
mundo entero si pierde su alma? Miles de años después, Francisco, su
representante en la tierra, advierte y recuerda: “Seremos juzgados por cómo
tratamos a los pobres” (mientras concluyo estas letras, militares bolivianos
disparan en la frontera con Chile, buscando amedrentar a ciudadanos bolivianos
que piden retornar a su patria).
* Politólogo, Comunicador Social, Especialista en análisis de escenarios.
Este texto fue publicado en el diario La Razón.
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