Por: Jorge Richter Ramírez**
Bolivia vivía en 1899 una
guerra civil que a momentos se hacía cruenta y lacerante. José Manuel Pando,
hombre de ideas liberales, buscó el derrocamiento del gobierno conservador de
Severo Fernández Alonso. Liberales y Conservadores fueron entonces los
protagonistas de aquel episodio desgarrador que fue la Guerra Federal. Buscando
mayor fortaleza bélica, Pando se alió con el Movimiento Indígena de Pablo
Zárate Willka, el temible Willka, como era conocido. Una coalición para
enfrentar a la “Oligarquía del Sur” que representaba el Partido Conservador.
Tenían intereses diferentes, para Zárate Willka se trataba de asegurar el rol
del indígena en el futuro de la República liberal que estaba conformándose.
El 28 de marzo de aquel año, posiblemente preocupado por
las matanzas en Coro y Mohoza, Pablo Zárate Willca escribe la Proclama de
Caracollo, en ella expresa una idea de respeto recíproco necesario para la
convivencia en la nueva República por venir: “Tan lo mismo deben respetar los
blancos y vecinos a los indios porque son de la misma sangre e hijos de Bolivia
y que deben quererse como hermanos y como indianos”. Ramiro Condarco Morales,
autor de la conocida obra Zárate, el temible
Willca, señala con acierto y
puntualiza: “El debido respeto no solo como persona sino también como sujeto de
derecho a la dignidad, a la vida, al progreso material y a la tierra”.
La novela Aluvión de Fuego de Óscar Cerruto, publicada en los años 30 del
siglo pasado y como un presagio de lo que estaba por llegar, incorpora una
pieza de precisa descripción del momento político de entonces: el Manifiesto de las Nacionalidades Indígenas del Kollasuyo. En sus extensos pasajes sintetiza la crudeza de la
relación del indio con el blanco, “¿qué queremos los indios? Algo muy lógico y
natural, que se nos devuelva nuestra condición humana”. Sin respeto recíproco
la igualdad queda degradada a un simple anuncio retórico y, en consecuencia, la
libertad es anulada. Sin libertad ni igualdad, la Patria no puede ser
regenerada. La regeneración del país equivalía en esos tiempos a una idea
actual de refundación del Estado.
Después de 121 años, los odios raciales señalan que el
respeto recíproco fue apenas un delirio momentáneo. Las fuerzas sociales
vuelven a colisionar y hoy, el país nuevamente exterioriza la vena iracunda de
un racismo que se pretende ocultar. Miles de bolivianos que ejercen su
ciudadanía y acción de peticionar, marchan, bloquean y resisten la fecha
modificada inconsulta e impensadamente por el Tribunal Electoral. En medio de
la pandemia y la polaridad de odios, la protesta es señalada de irracional y
los insultos abarrotan las redes sociales. La palabra indio, asociada a los
peores y más humillantes adjetivos, se escribe con nombres personales y muchos
otros disfrazados en un insulto vergonzante que no permite mostrar el rostro de
su autor refinado.
Surgido de la nada, un hombre que ya en 2003 entendió la
dimensión de este odio racial, vuelve a manifestarse: “Habrá movilizaciones
desde las bases, es la única alternativa, nos haremos respetar porque el
Gobierno está pisoteando a todos los hombres y mujeres que vivimos en la ciudad
y el campo. Todos los días nos insultan, nos dicen salvajes, ignorantes,
estúpidos, burros, indios de mierda. Señores y señoras de raza suprema,
respetos guardan respetos. Nos respetaremos como seres humanos”. Hoy las
movilizaciones de Felipe Quispe ya amenazan acorralar al Gobierno.
Es importante comprender que el conflicto social está
mutando en estas horas. Deja de ser una demanda por el evento electoral y pasa
a ser un hecho social, étnico/racial. Han ofendido en extremo a un sector que
busca, históricamente, respeto recíproco. El conflicto va absorbiendo fases aceleradamente
en su escalada ascendente. El pedido ahora es la salida de quien ejerce la
transición. En el círculo rojo del poder, donde no se conoce el país y tampoco
las lógicas de incidencia de los movimientos sociales ni la historia de una
lucha de reivindicaciones por la igualdad étnica, racial y cultural de Bolivia,
endosan toda la responsabilidad al MAS y su círculo dirigencial.
Los movimientos sociales en el altiplano boliviano reciben a Felipe y lo escuchan atentamente. Como en 2003, mientras el error político vigilaba a un dirigente con preocupación enfermiza, Felipe les llenaba de piedras las carreteras incansablemente, un día detrás de otro. Ayer en la tarde el Mallku era nombrado comandante de los bloqueos de las 20 provincias de La Paz. Dijo que mientras viva, no puede dejar a sus hermanos desprotegidos. Tampoco que los insulten. Pide como en 1899, respeto recíproco.
* Artículo publicado en el diario La Razón
** Politólogo y Especialista en Comunicación Política
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